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¿Agricultura sin agricultores?

Leía recientemente una noticia relacionada directamente con la actividad agraria donde se informaba que la marca toledana DELAVIUDA, fabricante de dulces, bombones, turrones y demás exquisiteces incompatibles con la operación bikini que empezaremos dentro de un par de meses, iba a proceder a la plantación de unas 2.000 hectáreas de almendros con el fin de asegurarse la provisión de materia prima para sus dulces y así, al mismo tiempo, hacer frente al previsible encarecimiento de la misma.

No es la única empresa alimentaria que decide hacer lo mismo o algo parecido y así, hace unos tres años, se supo que la empresa leridana NUFRI plantaría 700 hectáreas de manzanos en la finca La Rasa que previamente había adquirido en 2008 a la firma Ebro Puleva en la comarca soriana de Burgo de Osma y en la noticia publicada allá por el 2011, se hablaba que la finca daba empleo a 150 personas y también se daba cuenta de, porqué no decirlo, las importantes ayudas oficiales que el proyecto había percibido de las diferentes administraciones tanto provinciales como autonómicas.

Igualmente, mi admirado José Antonio Arcos en su blog (https://joseantonioarcos.wordpress.com/) daba cuenta hace aproximadamente un año cómo una cadena británica de supermercados había decidido montar sus propios invernaderos en Almeria, nada más y nada menos que 40 hectáreas, para asegurarse la provisión de hortalizas para sus establecimientos y de paso, al controlar el total de la cadena alimentaria, quedarse con el beneficio de todos los eslabones.

Ahora bien, usted se preguntará ¿y qué puñetas nos quiere decir este tío con estos ejemplos? Y yo, les contestaré con otra pregunta (juro que no tengo ningún ascendente gallego): ¿es posible impulsar la agricultura sin agricultores?. Definitivamente, sí.

Es cada vez más frecuente, que empresas agroalimentarias que transforman producto agrario para su posterior elaboración se dediquen a la actividad productiva y según parece, el fervor productor alcanza hasta las propias cadenas de distribución que bajo el manto de la trazabilidad y del control íntegro de la cadena agroalimentaria quieren entrar hasta la cocina de las explotaciones, conocer sus números y demostrarles, con todo lo que ello supone de injerencia en sus negocios particulares, sus puntos negros y sus ineficacias o decirles a qué hora deben recolectar los pepinos para que estén frescos cuando ellos abran sus tiendas a las 9 de la mañana.

En el caso de la transformación y elaboración no es nada nuevo, pues todos conocemos bodegas de vino, txakoli y sidrerías (las menos) que son lo que conocemos como bodegueros-cosechero puesto que la mayoría de la materia prima que utilizan para elaborar sus caldos, provienen de sus tierras que las trabajan con mano de obra familiar.

Ahora bien, en los casos mencionados al principio y en otros similares, existe un consejo de administración bien alejado de la tierra ( que no se malinterprete que les estoy llamando extraterrestres), que decide invertir parte de sus fondos en un negocio como es la producción agraria y utiliza para ello mano de obra externa como si fuese cualquier otra empresa que se dedica a fabricar zapatillas o carpetas. Además, en estos proyectos empresariales, a similitud de lo que ocurre a gran escala en países en vías de desarrollo, cuando las cosas se ponen feas, la empresa abandona el proyecto, abandona o vende las tierras y consecuentemente, los empleados, se quedan en la calle, o mejor dicho, en tierra.

No soy nadie para decir quien es mejor que nadie pero desde mi punto de vista entiendo que se debiera impulsar una agricultura donde la base fundamental sean los cientos o miles de explotaciones familiares, explotaciones que sean el proyecto vital de esas familias (lógicamente, con el necesario apoyo de mano de obra externa) que, a su vez, son la savia que vitaliza el medio rural y los pueblitos que lo conforman.

Yo, personalmente, abogo por una agricultura sustentada en cientos o miles de explotaciones familiares (cuantos más sean, mejor), explotaciones con visión de mercado que sepan responder a las necesidades y demandas de una sociedad consumidora plural y diversa (desde la venta directa hasta la gran distribución y desde la producción ecológica hasta la integrada o convencional), explotaciones que sepan colaborar para producir, transformar y comercializar a través da las diferentes posibilidades jurídicas que existen pero con una especial preferencia por el modelo cooperativo.

Dicho lo dicho, debo aclarar que mi apuesta por la agricultura familiar es una apuesta clara por el desarrollo rural, por la gestión y equilibrio territorial y además, por la gestión del medio. Sí, aunque a muchos les suene a cantinela romántica, no debemos olvidar que son esas familias productoras de alimentos y materias primas para su posterior transformación las que dan vida a las debilitadas comunidades rurales y las que, con su presencia a lo largo y ancho de todo el territorio, permitirán mantener un cierto equilibrio territorial que, desgraciadamente, en amplias zonas del estado ya ha sido roto con la penosa pero imparable despoblación rural.

El inversor en agricultura que vive en la capital se desentiende de lo que ocurre en su territorio y en su pueblo. El agricultor que vive en su explotación y en su pueblo no puede desentenderse de ni uno de ellos, ni del territorio ni del pueblo, porque le va la vida en ello. Así de simple.

Xabier Iraola Agirrezabala