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Miguel HGL

06/11/11

Conozcamos algo más sobre el despilfarro alimentario

Hace apenas 30 años, a nadie se le hubiera ocurrido tirar un trozo de pan porque había perdido su frescura. Si se ponía duro, no había problema: o se hacían tostadas, o migas o se echaba a la sopa... Ahora, esa barra de pan que no se ingirió en el día va directamente a la basura. ¿Por qué? "Porque los alimentos han perdido el valor que antaño tenían; cada producto era un bien preciado porque procuraba la subsistencia del ser humano", explica Paco Muñoz-Gutiérrez, técnico de Medio Ambiente de la Universitat Autònoma de Barcelona. Una prueba clara de ello es el porcentaje del presupuesto que las familias dedicaban a alimentación a finales de los 70, alrededor del 40%, porcentaje que alcanzó hasta el 70% en los 40. Ahora, apenas sí llega al 15%.

Esa pérdida de valor ha ido pareja al incremento de la capacidad adquisitiva de los hogares españoles y europeos. Más dinero, más posibilidades de comprar, lo que ha conducido, según los expertos, a unos hábitos de consumo completamente irracionales (comprar, tirar y volver a comprar) que se resumen en dos datos: cada año se pierde hasta el 50% de los alimentos sanos y comestibles a lo largo de todos los eslabones de la cadena agroalimentaria, lo que en números redondos implica más de 89 millones de toneladas, según la Comisión Europea. La dimensión ética de estas cifras contrasta con otra aún más inmoral: el número de hambrientos en el mundo supera ya los mil millones.

Es obvio que estos datos de despilfarro alimentario han de ser atajados por cuestiones no sólo éticas sino también medioambientales y económicas (el gasto anual per cápita en alimentos tirados a la basura supera los 250 euros, según el estudio Save food de Albal). Y es lo que el Parlamento Europeo ha puesto encima de la mesa hace apenas dos semanas en dos comisiones, la de Medio Ambiente y la de Agricultura. Los eurodiputados tiene ahora hasta los días 22 y 23 de noviembre para evaluar estrategias que reduzcan estas cifras tan escandalosas.

La comisión de Medio Ambiente del PE examinó ideas para mejorar la eficiencia de la cadena alimentaria, a partir de un informe presentado por la diputada danesa de los Conservadores y Reformistas Europeos, Anna Rosbach.Entre las posibilidades que más acuerdo han suscitado se encuentra la de modificar las normas sobre caducidad, "basadas en estrictos requisitos de calidad que obligan a desechar toneladas de alimentos que todavía son aptos para el consumo", según Rosbach. De hecho, cree que hay "margen de maniobra" para modificar la normativa que regula la caducidad de los alimentos, aunque al final la decisión dependerá de "si se quiere más o menos seguridad".

Muchos eurodiputados apuestan por recuperar esos productos desechados para su reparto entre la población necesitada (en la UE viven más de 79 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza) o la producción de biomasa. Nadie duda de que algo hay que hacer con las 20 toneladas de productos perfectamente comestibles que se tiran cada año en los contenedores alemanes, o con los 484 millones de yogures sin abrir, 1,6 billones de manzanas sin comer o las 2,6 billones de rebanadas de pan que encuentran el mismo destino en Gran Bretaña.

La comisión de Agricultura, por su parte, va más allá y apuesta por buscar estrategias que impliquen a toda la cadena alimentaria, incluyendo la producción y la distribución. Porque el despilfarro de alimentos se produce mayoritariamente en estos puntos. Los agricultores deben tirar los productos poco vistosos que un mercado absurdamente hedonista rechaza por su aspecto, mientras que la ruptura de la cadena del frío, por ejemplo, hace lo propio en la distribución.

Y, por supuesto, en los puntos de venta, que han aprendido bien la lección de que la comida entra por los ojos y arrojan a la basura cada año toneladas ingentes de lechuga, por ejemplo, por la sencilla razón de que una hoja ha perdido el color verde. O qué decir del pan: en la UE se tiran cada año tres millones de toneladas por el mero hecho de que se hornea un 20% más por la creencia de que no hay peor publicidad que una estantería vacía.

Algo se mueve en Bruselas, y es más que posible que se adopten medidas encaminadas a reducir este absurdo, algo que en los tiempos de crisis que corren se hace más necesario si cabe. Nadie duda que, al margen de cuestiones éticas y medioambientales, la situación económica actual propicia estos cambios, tanto al nivel de las administraciones como al de las empresas y los usuarios. "La parte positiva de la crisis es que hace más razonable el consumo", señala Paco Muñoz.

Lo que sí ya es seguro es que el 2013 se convertirá en el año europeo contra el Despilfarro, lo que ayudará a sensibilizar a los agentes implicados en la cadena alimenticia, sobre todo, a los consumidores. Porque, lo más grave es que los ciudadanos no son conscientes de lo que están haciendo. Según el informe de Albal, los consumidores creen que el porcentaje de lo que tiran es del 4%, cuando en realidad alcanza casi el 20%.

Fuente: La Vanguardia