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Jorge GdO

02/07/14

Del campo a la mesa en 24 horas

“¿Por qué no hacer mostaza con vino tinto, con mi cabernet?”, proclama Barb Stuckey, autora de Taste un libro que invita a explorar nuevos sabores y quiere servir de inspiración para que los agricultores procesen su materia y lo vendan directamente en el mercado.

En el auditorio de la Universidad de Stanford, un centenar de productores, estudiantes con inquietud por dar con cómo será la comida del futuro e inversores con aire desaliñado atienden.

Stuckey, experta en crear nuevos productos, alerta de las tendencias a las que tendrán que adaptarse para mantenerse en el mercado. Instacart, Google Shopping Express y Amazon Fresh son tres servicios dedicados a enviar comida. La de Google no tiene productos frescos, pero sí empaquetados, a domicilio en menos de 24 horas. Se pide por la noche y la mañana siguiente está en casa. Otros optan por recibirlo a última hora de la tarde, antes de volver a casa y ya consumirlo ahí. “Es un nuevo intermediario, con el que antes no contábamos”, advierte, “pero que a la vez es una gran oportunidad”.

Como ejemplo, habla de las posibilidades que ofrece una nueva startup, Munchery: “Es fresco y recién hecho. Si alguien busca Mac&cheese -plato de acompañamiento típico-, puede escogerlo fresco, recién hecho y tenerlo en casa, en lugar del habitual precocinado”, relata. Va un paso más allá: “SpoonRocket promete que te lo lleva caliente. Esta tendencia va a estallar, tenemos que estar ahí”. Por estar ahí se entienden varios puntos de vista. Por un lado, para servir al restaurante directamente, pero también para entrar en estas aplicaciones emergentes y ofrecer productos frescos como frutas y verduras como una forma de completar el pedido.

Álvaro Ramírez es uno de los primeros en explorar esta nueva vía. Llegó de Nicaragua, donde su familia se dedicaba a plantar patatas. Es el fundador y consejero delegado de eHarvestHub, un servicio que centraliza la producción agraria de 30 granjas. “Sirve para negociar precios en tiempo real, acuerdos de distribución con grandes superficies o saber qué necesidades son frecuentes para planificar con acierto”, explica.

Sanjay Rajpoot, en el centro, junto a su equipo y, detrás, su invención.

En su plataforma ya trabajan siete personas, comenzó en enero con poco más de 30.000 dólares de familia y amigos, y ya ha conseguido 1,5 millones de inversión para desarrollar su producto. El modelo de negocio pasa por crecer en América Latina, donde se están dando a conocer y donde ya tienen siete clientes. “Por falta de tecnología más avanzada, hay muchas opciones que no usan”, lamenta. De cada transacción, se quedan con tres dólares. El equipo lo forman siete personas, el director técnico, José Sánchez, viene del gigante de la distribución Walmart.

Ramírez lo tiene claro: “Queremos ir del estiércol, del lodo, al plato”. Su valor más preciado reside en la trazabilidad, un compendio de datos sobre el tipo de producto, cuándo se plantó, cómo se desarrolló, cuándo salió del campo…, algo que los productores pequeños hasta ahora no se podían permitir. La mayor dificultad, darse a conocer. “Hacemos mucha puerta fría, aunque últimamente vemos que se informan unos a otros”, celebra.

Miriana Stephens es la directora de Wakatu, una empresa de Nueva Zelanda que se formalizó como tal en 1977 aglutinando a más de 3.000 productores. Nació con una valoración inicial de 11 millones y ya supera los 250. La adopción de tecnología de control y distribución ha sido clave para su crecimiento. Aunque el encuentro apenas tiene publicidad, considera que es dónde debe estar: “El futuro de nuestra isla depende de nuestra capacidad exportadora. El 90% de nuestra producción viene a EE UU”. La estrella de su catálogo son los vinos, que se venden en Trader Joe’s, los supermercados de moda.

En su opinión no todo es una cuestión de aparatos y programas: “Tenemos que ser más eficientes para que la próxima generación siga en el campo, pero también adoptar una nueva psicología en el negocio. Nos falta la línea directa con el consumidor, crear marcas propias y contar mejor la historia detrás de cada alimento”.

Melanie Cheng ha hecho del desarrollo de los pequeños productores su cruzada. Durante 10 años trabajó en Cisco, una empresa de telecomunicaciones. En 2002 comenzó a interesarse por la agricultura como un hobby. Nueve años después dejó su empresa para crear FarmsReach, una organización social, sin ánimo de lucro. “Quería poner todos mis conocimientos de gestión de redes en manos de los agricultores y no de las grandes corporaciones, cada vez más opacas”, se justifica. A la vez, trata de alertar: “Muchos granjeros se están retirando, viene una nueva generación que tiene que aprender, pero no solo en la granja, sino en las escuelas de negocios”. Entre los problemas más graves destaca la falta de capital, escasa mentalidad para hacer negocio y dificultad para encontrar canales de comunicación entre sí. En su plataforma tratan de paliarlo con software. El equipo está formado por seis personas en Estados Unidos y cinco desarrolladores de programas en India.

El pragmatismo es uno de los rasgos más comunes en Estados Unidos, forma parte de la cultura del “hazlo tú mismo”. Sanjay Rajpoot, de Sustainable Microfarms, con 20 trabajadores y laboratorios en Fresno, ha creado un artilugio, tan grande como una estantería de un metro de alto y uno y medio de largo, apenas 30 centímetros de profundidad, que sirve para el cultivo personal. Al creador el espacio no le parece un impedimento. “Cabe en la cocina, el garaje, el salón… Ahorra un 90% de agua, solo se da lo que cada cultivo necesita, y produce el doble de rápido”, insiste. El ingeniero de origen indio no da precio, aunque deja claro que se dirige a hogares con altos ingresos, e insiste en las bondades: control a través de una pantalla, sencillez de uso, más sano.

La ventaja más importante, en su opinión, es tener el control total sobre lo que se consume en el hogar. Un caso extremo, quizá demasiado futurista, quizá solo para algunos entusiastas con espacio en el hogar...