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Eugenio DOP

25/06/14

El reparto de la agricultura de conservación en el planeta

El Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI, por sus siglas en inglés) recoge en una infografía cómo se realiza el reparto de la agricultura de conservación o cultivo sin labranza en todo el mundo en millones de hectáreas, según los datos presentados durante la XVIII Conferencia Trienal Internacional de Organizaciones de Investigación sobre Labranza del Suelo celebrada en Izmir, Turquía, en 2009, de manos de R. Derpsh and T. Friedrich, autores del documento «Desarrollo y situación del cultivo sin labranza en el mundo».

Así, la infografía muestra que hay alrededor de 105 millones de hectáreas en el planeta dedicados a la agricultura de conservación o a los cultivos sin labranza, cuyos usuarios son en su mayoría agricultores a gran escala.

Según el mapa que muestra la infografía, Estados Unidos es el primer país del mundo en superficie dedicada a la agricultura de conservación, con 26,6 millones de hectáreas, seguido de Brasil (25,5 millones de ha), Argentina (19,7 millones de ha), Canadá (13,5 millones de ha), Australia (12 millones de ha) y Paraguay (2,5 millones de ha). España, por su parte, lidera el ranking de países europeos, con 0,7 millones de ha dedicadas a esta actividad.

La agricultura de conservación consiste en un conjunto de prácticas agrícolas diseñadas para reducir el consumo de agua y mejorar la fertilidad del suelo, actividad que es cada vez más habitual en grandes explotaciones comerciales. Lo complicado es lograr que este método también funcione en el caso de los pequeños agricultores, reconocen William y Heidi Fritschel en un artículo publicado en el blog del IFPRI.

Desde una perspectiva global, se estima que el 15 % de la tierra está degradada –y el 40 % de la producción agrícola-, es decir, la tierra sufre una serie de problemas naturales como consecuencia de la actividad humana entre los que se incluye la erosión del suelo, la pérdida de nutrientes, la desertificación, la salinización, el anegamiento… Y, a medida que decrece la calidad del suelo, el rendimiento de los cultivos es más bajo. Asimismo, los recursos hídricos también están bajo presión, como consecuencia de la excesiva extracción de agua y de su extracción de manera descontrolada en numerosos países, lo que agota rápidamente los acuíferos, que no tienen capacidad para recuperarse de manera natural.

De acuerdo con el Programa de Evaluación Mundial del Agua, el 10 % de las tierras de regadío de mundo sufren anegamiento y salinización por el desarrollo de prácticas agrícolas no sostenibles: los agricultores aran la tierra para preparar los campos para la siembra, incorporan fertilizantes al suelo y airean la tierra para controlar las malezas y las plagas. Pero la labranza reduce la materia orgánica valiosa del suelo, altera los canales creados por las raíces y lombrices y aumenta el riesgo de erosión eólica.

Por el contrario, en los terrenos naturales en los que la vegetación se sella en la tierra y el agua, la pérdida de suelo es normalmente muy baja: menos de media tonelada por hectárea y año. Sin embargo, en cada hectárea de tierra cultivada tradicionalmente, los agricultores pierden entre 45 y 450 toneladas de suelo al año.

En cierto modo, la agricultura de conservación imita a un paisaje natural, ya que el suelo no se altera y está siempre cubierto de materia vegetal, microorganismos y lombrices de tierra que hacen el trabajo de “labrar” el suelo y mantienen el equilibrio de sus nutrientes. La cubierta vegetal permanente impide que la tierra se caliente demasiado en los climas tropicales. De hecho, la agricultura de conservación es comparada con el suelo de las selvas tropicales. Además de retirar el arado, la agricultura de conservación requiere de una cobertura de la tierra permanente – normalmente, residuos de cultivos de la temporada anterior- y una rotación regular de los cultivos. Los residuos de los cultivos añaden materia orgánica al suelo, ayudan a retener la humedad y protegen contra la erosión causada por la escorrentía. La rotación de cultivos -especialmente de las legumbres- mejora la fertilidad del suelo y evita la acumulación de plagas y enfermedades.

Para los agricultores a pequeña escala, la agricultura de conservación puede ser menos costosa y requiere una inversión menor de tiempo que la agricultura de labranza convencional.