28/10/14
El señor de los olivos californiano
Ha plantado 14 millones de olivos en los campos de California en diez años. Esa es la hazaña de Xavier Marqués (Barcelona, 1974), que llegó a San José, donde termina Silicon Valley y comienzan los campos de cultivo, en 2000. Entonces era un ingeniero industrial recién titulado. Acababa de aceptar un trabajo en una firma española que quería explorar mercados. Hoy es consejero delegado de North American Agro-Investments y se dedica a la implantación de nuevos cultivos y consultoría para aquellos que quieran entrar en el campo de California.
Al llegar asumió dos retos: introducir un cultivo nuevo y convencer a los agricultores de que probasen. “Ni conocían cómo era el proceso, ni se atrevían a poner una variedad nueva. Cuando probaban con unas hectáreas, todo era más sencillo, ampliaban y lo iban recomendando”. En California los agricultores distan mucho de los pequeños productores españoles. “Los ranchos suelen superar los 18.000 acres (7.285 hectáreas), la facturación es millonaria y casi siempre pertenecen a una familia”, matiza Marqués.
¿Cómo es posible que la producción sea tan alta y dé resultados tan pronto? Marqués rompe con uno de los dichos populares del campo español, el de que los olivos se plantan para los nietos. Tampoco se varean, y la recogida no aguanta hasta finales de año o enero. Para evitar el alto coste de la mano de obra y recolectar con rapidez, los olivos se asemejan más a arbustos que a árboles. El sistema es muy similar al de la viña. Plantación en hilera, seguidas con pasillos para dejar paso a las máquinas que recogen el fruto. “O se hace un proceso mecanizado, o semi-mecanizado, o es difícil que sea competitivo”, subraya.
“Aquí no se busca la cantidad, sino
la calidad del producto”, dice
Otra diferencia, el seguimiento del fruto y la forma en que se procesa. Se cosecha en octubre. “Para que el resultado final sea más afrutado”, matiza. Estas decisiones tienen una consecuencia, no se busca la cantidad, sino la calidad. “Hay que tener en cuenta que aquí no se suele freír con este aceite, ni se usa a granel. Es un producto gourmet”. El paso por la almazara, normalmente, oriunda de España o Italia, suele ser en menos de tres días tras la recogida, mientras que en Europa se esperara a tener el grueso de la temporada para convertirlo en aceite. “Es una cuestión de calidad. En España falta trazabilidad. Aquí, al tomar una botella se puede saber con exactitud de qué árboles salió, que día se tomó del árbol y cuál fue el proceso. Están dispuestos a pagar un precio alto, pero no por cualquier cosa”, aclara.
A partir de su experiencia, este emprendedor ha visto cómo lo que empezó como un cultivo para diversificar las posibilidades de los ranchos ha ido cobrando protagonismo hasta convertirse en un producto gourmet, cuidado y apreciado. La facturación de su empresa, en 10 años, sumó 40 millones de dólares. Casarse con una mujer de origen chino le ha invitado a abrir mercado el país asiático. “Tenemos que aprovechar el crecimiento de un país que en pocos años contará con más de 350 millones de habitantes de clase media”, expone.
Un factor que echa en falta con respecto a España es el dinamismo comercial. “A medida que llega la producción, impulsan el mercado local. No solo cultivan, sino que saben activar las ventas. Me apena que seamos el primer productor de aceite del mundo y segundos en vino, pero no lo sabemos vender”, explica.