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Blanca Perez

04/10/15

La avispa asesina se extiende imparable por España

La vi por vez primera el pasado fin de semana en el norte de Navarra. Es un insecto impresionante, feroz.

Todas las avispas son carnívoras, pero esta especie es, además de gigantesca, condenadamente asesina. Sus presas favoritas son las abejas. Las espera a la entrada de las colmenas, atrapa en el aire y arranca la cabeza de un certero bocado, para luego llevarse el tórax como alimento para sus hambrientas larvas, agrupadas en colonias con hasta 15.000 bichos por nido.

Además de las abejas que mata directamente, miles más mueren de hambre o aplastadas de terror en los panales, incapaces de salir o entrar por miedo a encontrarse con ellas.

Los apicultores cuentan las pérdidas en millones de euros. Y todo por culpa de un cargamento de cerámica china contaminado llegado en barco al suroeste francés hace 10 años. No se controló en su momento y ahora ya es tarde para erradicar a esta peligrosa especie invasora de doloroso aguijón.

Por suerte, las propias abejas europeas han terminado desarrollado instintivamente una estrategia idéntica a la de sus parientes asiáticos.

Muchas ya no se quedan paralizadas por el miedo, como hacían al principio. Ahora contraatacan cual agresivo equipo de rugby. Se tiran todas juntas en melé, rodean al avispón, le hacen un placaje pero no lo aplastan. Lo matan de calor al subir la temperatura a 45 grados, pues las abejas aguantan hasta los 50 grados pero las avispas no. La lucha es desigual y no siempre lo logran. Para nuestra desgracia.

Porque sin abejas no hay polinización ni agricultura; no hay alimentos. La biodiversidad se empobrece. Sin abejas no hay paraíso.