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Daniel Martínez

04/02/15

Los vinos europeos perfilan una etiqueta con su huella ambiental

Desde la vid hasta la copa, el proceso de elaboración del vino deja una huella o impacto ambiental que puede cuantificarse: ¿qué cantidad de fertilizantes se utilizan en los cultivos?, ¿cuánta gasolina gastan los camiones durante la distribución?, ¿las bodegas tienen climatización eléctrica?, ¿puede reducirse el grosor de las botellas de vidrio?

La Comisión Europea prepara una normativa para que las botellas de vino lleven una etiqueta que informe de todo este gasto de la misma manera que los frigoríficos y los lavavajillas indican su consumo eléctrico. Y lo primero que debe hacerse, claro está, es unificar qué parámetros deben tenerse en cuenta y cómo se han de medir. «La CE quiere poner orden. Ahora hay 80 maneras de calcular el impacto ambiental y 400 etiquetas diferentes, lo que socava la confianza del consumidor y del productor», resume Cristina Gazulla, especialista de la Escuela Superior de Comercio Internacional de Barcelona (ESCI-UPF).

Gazulla, junto a Pere Fullana, director de la Cátedra Unesco del Ciclo de Vida del mismo centro, desarrolla una prueba piloto para calcular la huella ambiental del vino en colaboración con el Comité Europeo de las Empresas del Vino (CEEV). En el proyecto, que durará dos años, también participan el Instituto Andaluz de Tecnología, diversas empresas del sector (Pernod-Ricard Bodegas, Moët, Salcheto) y fabricantes de envases y tapones, entre otros. «La Comisión quiere ver cómo responde la industria y, en función del resultado, decidir si impone la etiqueta de forma obligatoria o solo voluntaria», prosigue Gazulla. La misma prueba se ha puesto en marcha con otros 24 productos, desde lácteos hasta detergentes, cerveza y pasta. La etiqueta sería independiente de la actual acreditación ecológica, que se otorga a los productos que no emplean fertilizantes o insecticidas sintéticos.

EVALUACIÓN Y ASESORÍA

«Nosotros evaluamos y también hacemos recomendaciones sobre cómo reducir la huella ambiental. Podemos detectar los puntos críticos, los que tienen mayor margen de mejora», dice Gazulla. La casuística es enorme, hasta el punto de que se puede calcular el impacto de los diferentes tipos de tapón, de la tinta de la etiqueta o del origen geográfico de las barricas de roble. Por término medio, la producción de una botella equivale a unas emisiones de 0,98 kilos de CO2.

«Las emisiones de CO2 son lógicamente un factor clave, pero no el único», insiste Gazulla. La investigadora de la ESCI-UPF cita también el empobrecimiento de la calidad del suelo por eutrofización (exceso de fosfatos, nitratos y amoniaco), el derroche de agua de riesgo o incluso la formación de ozono troposférico.

BOTELLA DE CAVA

En líneas generales, los vinos dispondrán de unos parámetros para los diferentes aspectos y obtendrán mejor o peor nota por comparación con otros caldos. Otro subgrupo serían los espumosos. Un ejemplo es el vidrio de las botellas, un aspecto clave que puede representar hasta el 40% de las emisiones de CO2 del sector vinícola. «Creo que hay margen de mejora hacia botellas menos gruesas, pero algunos fabricantes son reticentes porque creen que eso significa perder calidad», dice Gazulla. La especialista recuerda que algunos vinos, como el rioja Campo Viejo, han logrado aligerar los envases de 550 a 380 gramos en los últimos años sin ningún tipo de problema (al margen de reducir el gramaje de los cartones usados en las cajas de transporte). Al cava no se les puede exigir que adelgace tanto sus botellas porque lógicamente se corre el riesgo de que exploten por la presión interna.

«La etiqueta no encarecería el producto, sería una herramienta solo informativa», concluye Gazulla, quien pone como ejemplo que la reducción del grosor de la botella acaba beneficiando al productor. Para satisfacer las necesidades de algunas pequeñas bodegas, que se ven abrumadas por la complejidad del proceso, la Comisión ha pedido también a la ESCI-UPF que cree un software para simplificar el cálculo.