02/07/14
Nuevos usos de la apicultura, entre la tradición y la modernidad
Si bien la miel fue en un primer momento la mejor y única manera de endulzar alimentos, pronto se descubrió su potencial curativo y paliativo de enfermedades. Las propiedades nutricionales de todos los productos que se extraen de una colmena -polen, jalea real o propóleo- han sido avaladas por rigurosos estudios clínicos.
Hoy, la investigación va más allá; se trata de demostrar que el uso del veneno de las abejas puede abrirle camino en el campo de la medicina alternativa, para el tratamiento de afecciones como el reúma, la artrosis, la psoriasis o, incluso, el cáncer.
Esta ciencia se ha venido a llamar apiterapia y en España existen ya apiterapeutas que la ponen en práctica en clínicas privadas; la técnica consiste en inyectar al paciente la apitoxina, o veneno de las abejas, sin dejar que se desprendan totalmente de su aguijón y, por tanto, evitando su muerte.
El presidente de la Asociación Española de Apicultores, Miguel Ángel Casado, ha asegurado en una entrevista con EFEverde que la apiterapia “sirve para casi todo”, pero que en España “todavía queda mucho camino por recorrer”.
Se trata, ha explicado este apicultor, de una alternativa a la medicina tradicional, menos invasiva en muchos casos y con un enorme potencial; de hecho, “se está empezando a estudiar si tendría efectos beneficiosos en el tratamiento contra el cáncer”.
No obstante, estos estudios resultan muy costosos; “hacer un ensayo cuesta 800.000 euros y las empresas no están dispuestas a arriesgar tanto”, ha señalado Miguel Ángel.
Las múltiples sustancias que contiene el veneno de abeja, como la melitina, la fosfolipasa o la apamina, se pueden emplear en el tratamiento de enfermedades musculares, circulatorias o cutáneas; se ha demostrado como un eficaz antídoto al envejecimiento, como antiinflamatorio, como cicatrizante o como vasodilatador.
Además, el hecho de que recientemente se haya logrado la extracción del veneno en laboratorios supone un avance para la propia técnica, ya que permite inocular el veneno a través de una jeringuilla.
Miguel Ángel Casado es un incansable estudioso de las abejas; su pasión y dedicación le han llevado a presidir la Asociación Española de Apicultores y la Asociación de Apicultores de la Alcarria. Desde ambas plataformas lucha por defender esta actividad, hoy expuesta a numerosos peligros.
El abandono rural o la destrucción del hábitat de estos insectos polinizadores son sólo una parte del problema; el uso generalizado y masivo de insecticidas y herbicidas en el campo es letal para las abejas y ha mermado su población en un 20 % en los últimos 20 años.
Además, hongos, parásitos o ácaros atacan directamente al panal y contagian a enjambres enteros de enfermedades tan temidas como la Varroa, “que en el año 89 diezmó las colmenas y aún no hemos conseguido controlarla”, afirma Miguel Ángel, o la Nosemosis, en cuya erradicación “sólo sumamos algún pequeño logro”.
Por eso, este apicultor se ha lanzado también a la cría de reinas, que, fecundadas artificialmente por zánganos elegidos genéticamente, consigan desarrollar la necesaria inmunidad y fortaleza frente a estas enfermedades.
En el taller de su pueblo, Hombrados (Guadalajara), donde extrae la miel y el polen de las 300 colmenas que posee en un espacio de la Red europea Natura 2000, Miguel Ángel ha instalado un pequeño laboratorio donde practica la complicadísima y meticulosa técnica inseminadora. Utiliza para ello reinas que él mismo elige para la cría y que incorpora a los panales en “reineras” artificiales, obligando así a que las “nodrizas” se esmeren en su alimentación y cuidado. Todo para conseguir el “ejemplar perfecto”.