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Eugenio DOP

30/06/15

Ricla: el pueblo donde todo el mundo tiene tierra

“En Ricla todo el mundo tiene tierra”, explica el agricultor e ingeniero agrónomo Javier Traín. Eso ocurre desde que, en los años 60, al alcalde Francisco Canela se le ocurrió que el Ayuntamiento se convirtiera en el dueño del monte comunal, de más de 4.000 hectáreas, y alquilara las tierras a los mismos vecinos que, en bloque, habían cedido la propiedad. Entonces era un agreste secano, situado a caballo entre la estepa y la Ibérica, que dos décadas más tarde los agricultores comenzaron a regar con pozos. Luego empezaría la plantación de frutales de hueso, entre los que comenzó a ganar presencia el cerezo, la extensión de los sistemas de riego localizado y la especialización en cerezas de gran calibre.

“Se hizo para evitar que pasara como en Andalucía, donde hay enormes extensiones de terreno agrupadas en latifundios desaprovechados”, señala Traín, que explica que “pagamos un canon anual de entre 40 y 50 euros por hectárea” al Ayuntamiento, en un sistema en el que solo participan los vecinos. “Hay quien ha ido ampliando”, anota, mediante un sistema en el que el Consistorio registra los traspasos. El arriendo se mantiene de por vida y pasa de padres a hijos.

Ricla, situado en el valle del Jalón, tiene una nutrida colonia rumana que aumenta durante la temporada de la cereza, de principios de mayo a mediados de julio, en la que, en los últimos años y como consecuencia de la crisis, ha crecido la presencia de mano de obra española. En esas fechas es también frecuente la presencia de representantes de empresas extranjeras de alimentación que compran el género a diario en los almacenes del pueblo, que dedica buena parte de las naves de su polígono industrial al tratamiento de la fruta y su conservación en cámaras frigoríficas. “En Ricla hay cuatro o cinco rusos toda la campaña”, apunta Traín.

La cuarta parte de producción que el Valle del Jerte

Rusia, junto con otros países del este como Polonia y algunos de la UE como Francia, Alemania y el Reino Unido, es uno de los principales destinos de las cerezas de Ricla, cuya producción supera las 4.000 toneladas. “Más del 50% va fuera si sale buena”, explica el agricultor.

Este verano la cosecha superará los 4 millones de kilos, un volumen que equivale a la cuarta parte de la cosecha del Valle del Jerte, en Extremadura. La mitad de ese volumen será exportado, en una campaña que da trabajo a 1.500 personas durante dos meses y medio y que mueve un dineral de difícil estimación.

Parte de ese género, agrodelicatessen de color casi negro, más de tres centímetros de diámetro y hueso pequeño, viaja en avión hasta mercados orientales y del mundo árabe a los que llega envasado en alveolos a un precio de más de nueve euros el kilo. China, Emiratos Árabes, Arabia, Singapur y Malasia son los principales destinos, que consumen más de un 10% de la cosecha. Solo el primero de esos países consume un 2%, es decir, 80.000 kilos de cereza de Ricla, como producto de lujo: cereza negra y dura de 32 milímetros y más de diámetro. El de una moneda de dos euros mide 25.

Pasaje de avión a tres euros el kilo

Tres de esos nueve euros es, aproximadamente, lo que cuesta el “pasaje” de un kilo de cerezas en uno de los dos vuelos que Iberia realiza semanalmente entre Zaragoza y Dubai, con aviones equipados con cámaras de refrigeración, y los posteriores transbordos, para exportar productos perecederos. Los europeos acostumbran a mover la mercancía en camiones frigoríficos que, en el caso de Rusia, cubren el trayecto en dos días. “Tienen que ser cerezas viajeras, que aguanten frescas por lo menos cinco días, por los vuelos en avión”, señala otro vecino.

Han sido los propios agricultores de Ricla quienes han abierto sus canales de comercialización. Básicamente, en las ferias de alimentación de Berlín y de Madrid y mediante misiones comerciales. “También trabajamos a través de Internet”, explica Traín, “aunque solo para establecer el contacto comercial. Los tratos se cierran aquí, después de que el comprador vea el género”.