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Marta García

24/04/14

Un almacén de basura debajo de los árboles

Los bosques son una de las grandes defensas naturales contra la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera. La biomasa de la floresta (troncos, hojas, raíces, etcétera) de España almacena alrededor de 635 millones de toneladas de carbono, lo que equivale al CO2 emitido de origen antrópico, aquel que se produce por la mano del hombre, producido en el país en más de siete años. Pero, además de las plantas, el suelo realiza un papel fundamental en la mitigación del cambio climático. Según un estudio publicado en la revista Biogeoscience, las tierras de las masas forestales españolas mantienen unas reservas de 2.544 millones de toneladas de carbono. Es decir, el equivalente al dióxido de carbono emitido en España en 29 años, teniendo en cuenta la media que se expulsó en el país entre 2001 y 2010.

El estudio realizado por el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), el Centro Tecnológico Forestal de Cataluña y la Universidad Autónoma de Barcelona, expone también las variantes que determinan la capacidad que tienen un suelo para secuestrar el carbono: el clima y el tipo de vegetación. Los terrenos de árboles de hojas perennes son menos eficaces que los bosques mixtos. Y las altas temperaturas y los bajos índices de humedad, reducen la capacidad de almacenamiento. Esta variabilidad en la capacidad de absorción del suelo dibuja un cuadro heterogéneo de la concentración de carbono en la Península. En Galicia o Asturias se acumulan más de 11 kilos por metro cuadrado. Estas comunidades representan las zonas atlánticas, con bajas temperaturas, altos índices de humedad y una vegetación más típica del centro de Europa. En el lado contrario están Andalucía, Extremadura o Murcia, en las que la media de almacenamiento no llega a los siete kilos por metro cuadrado. Comunidades más calurosas y secas, y en las que predomina una vegetación mediterránea.

Según el último informe del IPCC, el panel de expertos de cambio climático de la ONU, la temperatura en Europa podría subir entre 1,5 y 4 grados, dependiendo del nivel de emisiones, y se reducirán drásticamente las precipitaciones. “Si aumenta la temperatura en las zonas húmedas, como Galicia, probablemente los microorganismos del suelo trabajarán más rápido, consumirán más materia orgánica, y emitirán más CO2”, explica Enrique Doblas, investigador del CREAF, que ha participado en el estudio. Doblas matiza que este primer estudio es solo una “foto fija” de la situación actual, y que aún se desconoce si el suelo forestal ya ha comenzado a emitir carbono a la atmósfera.

El suelo es el mayor sumidero del mundo, capaz de almacenar tanto carbono como la atmósfera y la vegetación. Según el investigador del CREAF, a nivel mundial puede secuestrar hasta 145 veces las emisiones que se producen por la quema de combustibles fósiles y el cambio de usos del suelo.

A pesar de la importancia de la función mitigadora del suelo ante el cambio climático, hasta la fecha solo existe un estudio en el mundo que determine la pérdida del carbono almacenado en los terrenos forestales. Entre 1978 y 2003, los suelos de Gales e Inglaterra perdieron un 0,6% del carbono, según un artículo publicado en 2005 en la revista Nature. Los investigadores británicos relacionaron, independientemente del tipo de terreno, esta reducción por el ascenso de las temperaturas, provocado por el cambio climático. Doblas añade otro factor que afecta el almacenaje de carbono: la gestión de los bosques, una de las debilidades de las forestales españolas.

En los últimos años, el éxodo rural ha provocado que la superficie destinada a la agricultura y a los terrenos de pastura en España se haya abandonado dejando vía libre para el crecimiento descontrolado de la masa forestal. Entre 1990 y 2005 la superficie forestal en España creció 4,4 millones de hectáreas, y en 2010 ya abarcaban más 27,5 millones, una sexta parte del total de la Unión Europea, y solo por detrás de Suecia, según el último informe de la Sociedad Española de Ciencias Forestales. Pero a pesar del crecimiento de la masa susceptible de almacenar carbono, las arboledas españolas tienen un gran problema: solo un 10,6% tenía en 2009 algún plan de gestión, lejos del 45% o más que tienen 22 países de la UE.

“Si queremos mantener este carbono debajo de nuestros pies y no emitirlo a la atmósfera, tendremos que hacer una gestión forestal y territorial a medida, que asegure la conservación de estas reservas. Tenemos que ser conscientes de que su almacenaje natural es un proceso muy lento mientras que su liberación podría acelerarse a causa de una mala gestión”, advierte Doblas, que señala la facilidad con la que el carbono podría salir del subsuelo: “La mayoría de este carbono se encuentra a menos de 30 centímetros de profundidad, por lo que si removemos la tierra este estaría a la intemperie y podría salir a la atmósfera por el viento o el agua”.

“La sociedad valora los bosques, y estos producen una gran cantidad de servicios como el mantenimiento de la biodiversidad o la fijación de carbono, pero estos no tienen un precio de mercado, y por eso no estamos dispuestos a invertir en gestión”, advierte el catedrático en Gestión Forestal Felipe Bravo.

Jordi Martínez, profesor de Ecología en la Universidad Autónoma de Barcelona, incide en la gestión como medida de prevención, pero matiza que no solo se puede buscar una que vaya encaminada a la mejora del almacenamiento de carbono. “En los lugares donde la concentración es muy alta es mejor dejar todo tal y como está; son grandes sumideros que hacen su función y sería muy perjudicial perderlos. Y en las zonas donde se almacena menor cantidad de carbono hay que tener en cuenta otros factores como es la cantidad del agua”. Martínez apunta a los bosques mediterráneos: “En estas zonas la cantidad de agua disponible es menor por lo que hay que evitar el crecimiento descontrolado de los bosques, ya que podría tener otras implicaciones negativas. Lo más racional es hacer una gestión pensando en evitar incendios, por lo que habría que reducir la cantidad de biomasa en el sotobosque y la densidad de árboles”. En los últimos 40 años el número de árboles por hectárea en los bosques ha pasado de 656 a 975.

Doblas abunda en esta idea y recuerda que el 29% de los bosques, matorrales y prados de España se han formado entre 1985 y 2004. “A diferencia de los bosques viejos, que tienen una autorregulación ecológica, los recién formados lo han hecho en zonas agrícolas abandonadas que contenían muchos nutrientes acumulados, por lo que hay gran densidad de vegetación, y, aunque esto sea bueno para la acumulación de carbono, acarrea otros perjuicios”.

En el libro Conservar aprovechando, el CREAF apunta: “Es sabido que las masas forestales acumulan CO2 atmosférico, por lo que un manejo adecuado puede potenciar este efecto sumidero, siempre teniendo en cuenta otros factores como el consumo de agua. Aunque un gestor o propietario forestal a escala local no puede enfrentarse al efecto invernadero de manera individual”, y asegura que, “una gestión adecuada debe partir de las Administraciones”.

Una tercera parte de los bosques españoles pertenecen a la Administración, sobre todo a los Ayuntamientos. “Pero son los gobiernos autonómicos los que gestionan esta parte de los montes, y depende de los presupuestos, así que ahora mismo está bajo mínimos”, advierte Pablo Sabín, de Agresta, consultoría que asesora a propietarios forestales, que además advierte de otro problema: “Los gobiernos autonómicos invierten en la extinción de incendios, pero no en la prevención, y la mayoría de gestión forestal se hace sin planes”.

El mercado de la madera ha ido perdiendo fuerza en España. Mientras Suecia aprovechó en 2009 el 90% de los nuevos recursos generados por los bosques, España no alcanzaba el 45%. La nueva Ley de Montes, que modifica la de 2003 y acaba de terminar su periodo de exposición pública, “apunta a un empeoramiento de la gestión forestal”, denuncia Manuel Tapia, responsable de bosques en Ecologistas en Acción. “El Gobierno pretende favorecer el cultivo de especies de rápido crecimiento como el eucalipto. Este tipo de gestión busca el beneficio inmediato, el dinero al momento, sin pensar en la función del bosque como mantenedor de la biodiversidad y su función como sumidero de carbono”, explica Tapia.

Abandonada la tala de árboles para la producción de madera, excepto en Galicia, donde en 2012 se obtuvo más de la mitad de la obtenida en España, según un estudio de la Sociedad Española de Ciencias Forestales, una de las alternativas, que en los últimos años han surgido para que los dueños de los bosques obtengan un beneficio de la gestión de los bosques, ha sido el aprovechamiento de la leña para la fabricación de biomasa. “Hicimos una prueba de gestión de bosques para la obtención de biomasa y el resultado medioambiental fue excelente, pero el económico no. El propietario no obtuvo beneficios. Sin ayudas públicas es difícil gestionar correctamente los bosques”, señala Anabel Martínez, técnica en la asociación de propietarios forestales de Murcia, donde solo se gestionan un 12% de las arboledas.

El suelo de los bosques no es solo importante por la cantidad de carbono que es capaz de secuestrar. Marcos Fernández, miembro del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), relaciona la capacidad que tiene la vegetación de almacenar carbono y los nutrientes de los que dispone en el terreno en un artículo internacional, publicado la pasada semana en la revista Nature Climate Change. “Los bosques que no están limitados por la disponibilidad de nutrientes son capaces de secuestrar aproximadamente el 30% del carbono que reciben cuando realizan la fotosíntesis. Por otra parte, los bosques que viven en suelos infértiles, con poca disponibilidad de nutrientes, son menos eficientes en el uso del carbono y solo son capaces de acumular el 6% del carbono fotosintetizado”, explica Fernández. Esta nueva visión modifica la que hasta entonces se tenía de que la capacidad de secuestrar carbono de los bosques dependía de la concentración de hidrógeno del terreno: “Por las predicciones de reducción de precipitaciones, parece evidente que los bosques de la Península perderán poder de almacenamiento”.